Francis Bacon - Pintores malditos (III)



Bacon ha pintado el grito, a nuestro juicio, admirablemente; y, aunque confesaba que siempre deseo pintar la sonrisa, según él, nunca pudo.


¿Y para que pintar una puesta de sol si se puede pintar el aullido humano?  Da Costa, Guillermo.


Francis Bacon fue un pintor de origen irlandés, manejo un estilo expresionista basado en el simbolismo del terror y la rabia lo cual lo llevo a convertiré en uno de los artistas más originales del siglo XX.

Ha sido considerado el pintor del sufrimiento, de la soledad, de la ansiedad, del sexo, de la violencia, del cuerpo humano en su expresión más animal. Autodidacta inspirado en Velázquez, en Goya, en Picasso, en Leonardo, en Van Gogh. Tuvo una personalidad tan fuerte y atormentada como su obra. Su homosexualidad marcó su obra tanto como su vida. Una homosexualidad vivida siempre al dictado de impulsos sadomasoquistas, atraído siempre por el abismo, por acaudalados caballeros maduros, por gánsteres del Soho o del East End londinense.

Nació en Dublín el 28 de octubre de 1909. Entre 1927 y 1928 en París y Berlín, estuvo realizando trabajos de decoración, y después de una exposición de Pablo Picasso empezó a realizar dibujos y acuarelas. En 1929 regresa a Londres donde se inicia de forma autodidacta en el óleo, en 1944 ante el nulo éxito de sus obras destruye casi todas sus pinturas. En 1944 el tríptico “Tres estudios para figuras en la base de una crucifixión” (en los que masas de carne humana se retuercen sobre sí mismas para acabar convertidas en grito exacerbado de angustia y de dolor) marca el reinicio de su carrera de un forma nueva, este cuadro proyecta una terrible violencia expresiva.  





Su infancia no fue fácil ya que padecía de asma crónica; esto, unido a las continuas mudanzas, la guerra y el echo de que fue expulsado de casa cuando tenía 16 años, marcarían a Bacon profundamente. Su tiránico padre (un ser al que llegó a desear, amar y odiar alternativamente), jamás había soportado su afeminamiento, su costumbre de vestirse de chica en público y su asma, a la que consideraba como “una falta de carácter”. Según parece, adoraba a un hermano menor de Francis, que murió a los cuatro años. Y su furia estalló el día en que encontró al adolescente probándose la ropa interior de su madre.

En su memoria perdurarían las primeras experiencias sexuales con los mozos de cuadra y los empleados de establo de la granja de su padre, quienes lo poseían con brutalidad y a latigazos, preanunciando sus gustos sadomasoquistas, cuando él era apenas un apuesto adolescente de diminutas proporciones y menos de dieciséis años (según un amigo de Bacon, el padre solía contemplar estas palizas).



A Francis Bacon siempre le gustó la “mala” vida. Pero este placer no sólo lo había llevado a una relación sadomasoquista y destructiva con Peter Lacy, un pianista alcohólico de un bar sórdido de Tánger, por quien rompió parte de sus cuadros, sino también al "Pigalle" de París, a clubes del Soho y del "East End" de Londres, lugares donde todos aquellos que fueran gánsters, prostitutas y homosexuales, se juntaban como en una cita obligada.

En 1964 conoció a George Dyer, su amante por muchos años, de la manera más chocante: le sorprendió robando en su taller. “Cuando lo conocí, George había pasado más tiempo dentro de la prisión que fuera”, solía bromear Bacon. “Creo que, en cierto modo, es demasiado agradable para ser ladrón. En todo caso, siempre lo cazan”. George se convirtió en el modelo principal de Bacon, del mismo modo que en su compañero de cama, y las representaciones lujuriosas y evasivas que Bacon haría de aquel hombre dominarían su obra, hasta después del trágico final de la relación (George Dyer moriría en 1971, en unos lavabos de Paris, sangrando por la boca y la nariz, víctima de una ingestión de pastillas y alcohol).



Aunque en la pintura no se ven indicios de ningún acto violento, se presencia una violencia inhumana, contenida en el espacio indeterminado del cuadro, se halla el horror en formas y área cromática. La pintura se distingue en tres lienzos distintos, en forma de tríptico. El color naranja ocupa gran parte de los cuadros, por su vibración impresiona violentamente, a tal grado que domina la capacidad de percepción y suprime toda posibilidad de interpretación de manera habitual de acuerdo a lo racional. Al centro de cada lienzo se posa una figura, lo que suman tres figuras enlazadas por un mismo sentimiento. (Luigi Ficacci).



En 1948 el Museo de Arte Moderno (MOMA) de Nueva York compró una obra suya y en 1949, año de su primera pintura inspirada en el cuadro de Velázquez, Inocencio X, comenzaron una serie de exposiciones individuales. Una buena parte de su obra está constituida por autorretratos y retratos de amigos suyos como el Retrato de George Dyer en un espejo (1968, Museo Thyssen-Bornemisza, Madrid). Fiel a la idea de que el arte más grande te devuelve siempre a la vulnerabilidad de la situación humana, su obra es una constante reflexión sobre la fragilidad del ser. En cuadros como Cabeza rodeada de carne de vaca (Estudio después de Velázquez) (1954, Art Institute of Chicago) y en una serie pintada en 1952 sobre perros que gruñen, Bacon intentó impactar al espectador al hacerle tomar conciencia de la crueldad y violencia.


 



















Las pinturas de Bacon son misteriosas y sugestivas. Son ambiguas y constituyen símbolos con múltiples significados, los que son comunicados gracias a la hábil manipulación que el artista hace de lo Grotesco. Como configuraciones de lo ambiguo, las pinturas instintivas de Bacon generan tanto curiosidad como perplejidad, incluso atracción y repulsión al mismo tiempo. En efecto, un estudiado balance entre miedo y deseo, vulnerabilidad y crueldad, sufrimiento y apatía es propio de las pinturas de Bacon.

Tensión e intensidad, la combinación de elementos incompatibles entre sí y numerosas sugestiones de lo monstruoso e inhumano abundan en la imaginería del artista. Bacon usa lo Grotesco como medio de expresión. Ello le permite transmitir de un modo ambiguo no sólo su admiración por el poder y la violencia, sino además sus heridas más íntimas. Lo Grotesco actúa en su caso como un conveniente instrumento de purga y trascendencia.


Si bien extravagantes, las pinturas instintivas de Bacon están lejos de ser adornos accesorios. Se trata de informes personales inalienables que conllevan una verdad privada: las sensaciones contradictorias y el sentir ambivalente del pintor, que no son ni meramente ornamentales ni completamente evasivos.

A través de su imaginería instintiva, Bacon camina a voluntad por el borde de un precipicio emocional, dejando huellas de su obsesión con el sexo y la muerte, su apatía respecto a la vulnerabilidad y el sufrimiento humano, y su irresistible fascinación con la fuerza física viril y su agresividad.


Basta ver sus obras para conocer su postura, sus inquietudes, sus creencias, miedos, problemas, traumas y una larga lista de etcéteras, para Bacon cada cuadro era un conflicto, una continua lucha del individuo ante su misma condición, Bacon es de los pocos pintores que nos emocionan, que nos atraviesan las piel, que nos transmiten energía, creatividad, que nos desnudan el alma, los sentidos y la piel que envuelve las emociones, desde las más tranquilas hasta  las más violentas…

Al representar lo ambiguamente combinado y lo equívocamente sugestivo, Bacon desorienta al espectador, quien a su vez no puede establecer ningún significado preciso en sus imágenes de metamorfosis en estado avanzado. Varias lecturas son así posibles y todas ellas parecen ser válidas. Considerando que el instinto implica la abolición de la moral, al contemplar las imágenes de Bacon debemos llegar a nuestras propias conclusiones morales (irrelevantes para el pintor y su calculado desinterés al respecto). En ese mismo momento todo se desmorona bajo nuestros pies, ya que en el grotesco reino de Bacon sólo nos es segura la inseguridad.



Hoy queda claro que las pinturas instintivas no son el resultado de ningún accidente pictórico o de la pura casualidad (ambos indicados por el pintor en reiteradas oportunidades). En efecto, las pinturas instintivas no son otra cosa que composiciones diseñadas que conciernen a la vida privada de su autor. Sean ya ilustrativas o no, las pinturas instintivas de Bacon de hecho funcionan como efectivas trampas visuales, sugiriendo con persistencia una realidad monstruosa, a la que propongo denominar realidad de doble filo.

En este contexto, comprendemos la manipulación que Bacon hace de lo Grotesco y su decisiva intervención en transformarlo en agente útil para su expresión personal. El arte instintivo de Bacon es por ello profundo, pero también problemático—una Nueva Gran Manera de Pintar que entremezcla lo poderosamente desafiante, lo extraordinariamente perturbador, lo sugestivamente monstruoso, lo cínicamente alusivo, lo teatralmente manipulador, y lo enigmáticamente privado.

Cada una de sus obras es un episodio de su sentir, una capacidad que trasgrede contextos. Bacon es recordado por el horror la melancolía, la tristeza, el rencor, por su violenta vida, por ser creador de cosas que no existían y que no hubieran existido posiblemente sin él, Bacon siempre será recordado por ser  “Controversial”. Bacon lleva la irrelevancia de la pintura a la grandeza de una experiencia mística, donde lo empírico se distorsiona a lo trágico; todo el proceso usando el inconsciente reflejado en la pintura, se percibe una fuerza de ambigüedad. Bacon muestra el extremo oscuro y bizarro, las metamorfosis. Presenta en sí, la tragicomedia que compone al hombre actual

Francis Bacon falleció el 28 de abril de 1992 (a los 82 años) en la clínica Ruber, de Madrid a consecuencia de una crisis cardiaca. Estuvo al cuidado de una monja que en ningún momento supo quién era.


Soy idiota, pero soy curioso y brillante. No me importa nada y no creo en nada. Nada. Sólo existe mi brillantez y la brillantez de la vida (Francis Bacon).


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