Edvard Munch

Caminaba yo con dos amigos por la carretera, entonces se puso el sol; de repente, el cielo se volvió rojo como la sangre. Me detuve, me apoyé en la valla, indeciblemente cansado. Lenguas de fuego y sangre se extendían sobre el fiordo negro azulado. Mis amigos siguieron caminando, mientras yo me quedaba atrás temblando de miedo, y sentí el grito enorme, infinito, de la naturaleza - Edvard Munch
  



Hablar de Edvard Munch es hablar de El grito. Pero Munch es algo más que una célebre pintura, sublime por otro lado, pero quizás excesivamente explotada.

Fue un pintor y grabador noruego expresionista. Sus evocativas obras sobre la angustia influyeron profundamente en el expresionismo alemán de comienzos del siglo XX. El grito, originalmente conocido como "Desesperación", es su obra más conocida y considerada como un icono de la angustia existencial.

El Grito fue junto con el resto de su obra un antecedente de lo que luego se constituiría como el Expresionismo.
 

Un puente, una colina, una calle, una habitación: el grito puede estar en cualquier sitio y es ahí donde reside la universalidad del grito de Munch. Este deja de ser el grito de desesperación del propio artista para ser el de toda la humanidad. "El hombre está privado del alma, la naturaleza está privada del hombre... nunca ha habido una época tan desorientada por la desesperación, por el horror a la muerte. Nunca silencio tan sepulcral ha reinado sobre el mundo. Nunca el hombre ha sido tan pequeño. Nunca ha sido más inquieto. Nunca la dicha ha estado más ausente y la libertad más muerta. Y he aquí que grita la desesperación: el hombre pide gritando su alma, un solo grito de angustia se eleva de nuestro tiempo", aseguraba Hermann Bahr en 1916.

Nace en Loten (Noruega) en 1863, hijo de un médico castrense. Cuando aún no ha cumplido los cinco años, su madre muere víctima de la tuberculosis. Se inicia de esta forma tan temprana una relación con la muerte que habría de obsesionar al pintor durante toda su vida, nueve años más tarde fallece a causa de esta misma enfermedad su hermana Sophie, apenas dos años mayor que él. En un entorno que el artista definió como un lugar "opresivo y triste" transcurre su infancia. Estos hechos podrían explicar la oscuridad y el pesimismo que plasmó en gran parte de su obra, sin embargo su obra no nos revela una vida sino un “alma”, un alma misteriosa, fatalista, atormentada, desesperada, desgarradora, pasional… vehemente…

Después él mismo afirmó: "La enfermedad, la locura y la muerte fueron los ángeles que rodearon mi cuna y me siguieron durante toda mi vida". Varias fuentes modernas describen la personalidad de Munch como un desorden bipolar, mientras él lo consideraba la base de su genio.

En 1885 llevó a cabo el primero de sus numerosos viajes a París, donde conoció los movimientos pictóricos más avanzados y se sintió especialmente atraído por el arte de Paul Gauguin.

No tardó en crear un estilo sumamente personal, basado en acentuar la fuerza expresiva de la línea, reducir las formas a su expresión más esquemática y hacer un uso simbólico, no naturalista, del color, de ahí viene su clasificación como pintor simbolista. Su relativa simplicidad estilística contrasta con su complejidad psicológica y espiritual.

La mujer es uno de los ejes del universo de Munch. El otro es el hombre o, más exactamente, su soledad: el hombre solo ante la naturaleza o ante la multitud, solo ante sí mismo. Sus autorretratos son numerosos y pertenecen a todas sus épocas. Nunca cesó de fascinarlo su persona, pero en esa fascinación no hay complacencia: es un juicio más que una contemplación y, más que un juicio una disección.

El reflejo de sus ansiedades sexuales puede verse en sus múltiples retratos de mujeres, representadas alternativamente, como frágiles e inocentes víctimas o como vampiresas devoradoras de vida. En 1908 su estado de ansiedad alcanzó tal magnitud que hubo de ser hospitalizado. En 1909 regresó a Noruega. La relativa tranquilidad que dominó su vida desde 1909 en adelante tiene su reflejo artístico en los murales de la Universidad de Oslo (1910-1916) y en el vigoroso y brillante colorido de sus paisajes.


Sus amores son complejos, dramáticos, infelices, basta el ejemplo de Tulla Larsen a quien amenazo con una pistola que termino usando contra sí mismo mutilándose la mano izquierda como modo de expresar su rechazo al matrimonio convencional, aunque solo salió herido el se sintió muerto y así lo pinto, un cadáver tendido en la cama y una mujer desnuda de pie, ajena a él, fría, enloquecida. “Creo que será mejor dejarte, de otra forma me hundiré” – hazlo, respondió ella, “No soporto la visión de un cadáver”… Ella lo destruyo, ella significaba para Munch una revolución, no de terciopelo, sino cruenta. Literalmente. El era celoso y ella muy sociable, esta relación obstruiría y reforzaría su fobia por las mujeres, su temor del amor, es esta experiencia este recuerdo, la tragedia lo que lo lleva a pintar varios cuadros sobre el tema de la mujer que ataca al hombre, lo mutila, lo mata…


Después de dejar a Tulla siguió cayendo, las bebidas empezaron a ser cada vez más fuertes, los ataques le afectaban con mas frecuencia llegando a ser realmente malos, Munch fue lo bastante ingenuo para pensar que no podía seguir con la mujer que amaba porque por sus venas corrían la locura y la enfermedad. Lo que corría era alcohol. Después de un shock nervioso que estuvo a punto de dejarle paralítico, pasó ocho meses en una clínica de Copenhague, en 1908. Y pintó otra vez a Tulla, más abstracta y en paz.

Cuando salió de la clínica tenía un sitio entre los artistas más importantes del siglo XX, pero el mundo seguía siendo para él un lugar hostil, y la atención que despertaba le resultaba difícil de soportar, así que se compró Ekely, una finca a las afueras de la capital noruega, allí llegó a un acuerdo consigo mismo y sus temas empezaron a cambiar; se hizo construir grandes estudios al aire libre, pintó al hombre en la naturaleza y el trabajo de los campesinos, pero seguía sin soportar el silencio... trabajaba siempre con la radio puesta, y sin parar, en brillantes murales.

Estuvo a punto de morir muchas veces, pero nunca de hambre. Sí de increíbles borracheras. De ataques de neurosis y paranoia. De parálisis nerviosa. Y también de amor. A Munch le fascinaba el pelo de las mujeres, pero vivió sus historias con el resto de ellas con angustia. El sexo para él era una fuerza irrefrenable, pero la comunicación entre dos personas un esfuerzo inútil.

Aunque los últimos cuadros no son tan torturadores como sus primeros trabajos, su último autorretrato, Entre el reloj y la cama (1940, Museo Munch de Oslo), marca una vuelta a la introspección de años anteriores. Las numerosas xilografías, aguafuertes y litografías que Munch realizó a lo largo de su carrera tienen hoy día una significativa consideración dentro del arte gráfico contemporáneo, un trabajo y un estilo que puede definirse como poderoso, simple, directo y fuerte. 



Tal vida, tal personalidad son omnipresentes en su obra. "sin el miedo y sin la enfermedad, mi vida estaría como un barco sin remos", escribe. Este primer cuadro "The Night Wanderer" (el Noctámbulo; el Paseante nocturno, quizá) realizado de 1923.

Es un solitario Munch que vive la noche, llevando sus tormentos, su angustia persistente. La habitación sólo amueblada con un piano, parece minúscula, claustrofóbica, las ventanas sólo muestran la noche, el piso parece oscilar, la luz de una lámpara que no se ve, da de pleno en su cara. En esta época, escribe: "Mi arte es una confesión personal, es como el SOS telegráfico de un barco que se hunde". Pero esta angustia y esta enfermedad me son necesarias."

Su aguda tendencia a la autocompasión y a exagerar todas y cada una de sus dolencias se documentan en muchos de sus autorretratos: en uno de ellos, titulado "Gólgota", Munch aparece al fondo como Cristo crucificado mientras en primer plano una multitud de rostros representan a personajes de la Bohemia de Cristianía.


Amaba su obra y a la vez la maltrataba. Cuando vendía un cuadro solía pintar otra versión para él. Pero a veces los dejaba al aire libre o los usaba como tapa de un guiso hirviendo. Su adiós fue largo. Murió pasados los 80, de un mal catarro. Antes, abroncó al director del museo de Oslo por barnizar sus cuadros: «No les deja respirar». Seguramente hoy no reñiría al del museo que lleva su apellido. Sólo pintaría su grito de nuevo.

El artista encarnó, como pocos, los temas existenciales del hombre al inicio de este siglo que hace poco terminó: el amor, el miedo y la muerte. "No es mi intención reconstruir precisamente la vida" escribía, "preferiblemente, encontrar sus fuerzas secretas para sacarlas fuera, reorganizarlas, con el objetivo de demostrar, lo más claramente posible, sus efectos sobre el mecanismo que es conocido o se conoce como la vida humana".


En enero de 1944, en una Noruega ocupada por las tropas alemanas, Edvard Munch muere como había  vivido: "completamente solo" 
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